El tren forma parte de mi pensamiento, llegar a las vías y escuchar el silbato, el ruido, el vibrar de la tierra a su paso.
Hacía un rato que no asistía a Lecheria. Diversas cosas y trabajos me habían alejado un tanto del lugar, pero al parecer los pasos se hacen tan recurrentes que uno siempre regresa al inicio de las cosas.
El paisaje ha cambiado, pero no la gente, el acceso a cambiado pero no las necesidades, la economía a cambiado pero no el sistema.
II
Roberto es un tipo joven y musculoso, delgado y fibroso con trapos en la cabeza y una gorra de beisbolista; en estos tiempos son más los migrantes que usan esas gorras que la gente que practica el béisbol, sería conveniente decir que los beisbolistas usan gorras de migrantes. Roberto dice que fue militar en Guatemala, que le enseñaron a matar, que después fue guerrillero y que la guerra no sirvió de nada. Lleva en su maleta verde olivo varias películas piratas que vende y promueve para que los migrantes hagan conciencia de su situación fuera de casa, además de juntar un dinerito para el camino.
III
El pie hinchado, la mueca de dolor. "Eran las 6 de la tarde intente subir al tren, ya me creía seguro, pero los maquinistas una y otra vez de la misma manera jalonean el tren para que uno se caiga. Mi pie quedo ahí en las uniones de los vagones, sentí un dolor muy fuerte. Ahora no puedo caminar. Me voy en el otro tren pero al centro del D.F. a ver que me encuentro quien me ayude y me lleva la la clínica. Creo que me rompí el pie".
IV
- Mi mochila, cabrones, pinches rateros, me la robaron en la noche y ahora solo me queda esta bolsa plástica. Ahí tenía mis papeles, mis teléfonos y mi cobija para el frío. Se esperaron que anocheciera y cuando desperté lo que abrazaba eran unas putas piedras. Después del hambre lo que me queda es el puto coraje, puros corajes y mentadas con estos cabrones, no se puede uno descuidar un poco, te apendejas y te joden.
- Te la cambio por esta otra, -le digo mirando la bolsa negra que son puros agujeros. Se ríe y mira el morral que Lizzette porta a la espalda.
- ¿Mi morral?- dice Lizzette- ¿y yo con que me quedo?
- Te doy el mío, mira es más grande y le caben más cosas.
- mmm- dice Lizzette, mientras empieza a vaciar su morral, depositando sus cosas en el morral rojo que le tiendo con la mano- me gusta mucho mi morral, como lo quiero.
- A él le funcionará, verás, le queda mejor, - le digo mientras me cuelgo las dos cámaras al cuello. Los demás miran las cámaras y otros dan la espalda rumbo a las vías. Solo pienso a cuantos de ellos piensan que traigo un dineral en los bolsillos.
- ¿De verdad me dan la mochila? no me engañen.
Los ojos se le ven más rojos y cristalinos, las manos sucias le tiemblan mientras mete sus cosas con desesperación. La mona, esa le ayuda a no sentir hambre y se la pega a la boca.
Unos minutos después lo que casi se convierte en tragedia figura emociones.
El tren se aproxima a ellos y ellos al tren. Cómplices de la historia; el tren y los cientos de migrantes que viajan por México. Con apodos tan extravagantes como La Bestia, La Fiera, La Bestia de acero le llaman al tren y pienso en comics además de cosas irreales, más que de fantasía, los veo como apodos para un comercial con un sentido muy amarillista, la verdad es que nunca he escuchado que un migrante le diga al tren La Bestia, solo a las Ong's y los periodistas así lo llaman.
Corre y se sube al tren justo frente a nuestros ojos con su nuevo morral. Aminora la velocidad y los vagones se sacuden, los grupos que habían logrado subir con seguridad comienzan a brincar a tierra. Caen uno tras otro, solo algunos se aguantan y asoman desde lo alto, son los menos. Baja nuevamente del tren y se acerca a despedirse por enésima vez. Se quita un arete que lleva en el oído derecho y se lo camba a Lizzette pidiéndole la arracada. Agradece, escucha y no para de hablar, se olvida de la mona. Sus dedos amarillos y negros tiemblan, abraza la mochila gris, la mira de nuevo. En su rostro se nota la falta de afecto que no tenía desde hace mucho. Viajar es su otro vicio.
Un vaivén del tren y por fin más de cien vagones y tres maquinas arrastran el cansancio y las esperanzas.
Corre y agita las manos despidiendose nuevamente. Corre a toda carrera y desaparece detrás de los fierros después de saltar magistralmente.
Le toca el turno a otro. Se le ve mareado y lo primero que lanza es su maleta. Mira pasar el vagón y se siente como su velocidad aumenta. Se acerca y tambalea, esta borracho. Lleva una cerveza en la mano y la mete al bolsillo. Muchos que estaban sentados o acostados se paran para ver más de cerca. No quedan más que cinco tal vez diez migrantes en tierra. Los demás son polleros o coyotes, estafadores, ladrones, drogos y modernos buscadores de aventuras según ellos.
Por fin se lanza y estira la mano, pero no corrió lo suficiente. Toma uno de las barrotes de la escalerilla pero el más bajo y el tren lo arrastra. Gritos y silbidos salen de este lado de las vías, "levanta la piernas pendejo, levantalas", "corre más veloz así te vas a romper la madre", "no seas güey", " este pendejo ya se mató", "no mameeeeeees". Es evidente que todos los que se quedan son mexicanos, son polleros y drogos, coyotes y estafadores, llevan muchos viajes en tren, muchos migrantes que han pasado al otro lado, al norte, muchos dólares que han cobrado, muchos que han estafado, muchos saltos al tren, muchos policías, mucha ropa rota, muchos churros fumados, muchas cervezas, mucha tira, muchos madrazos, mucha pobreza. Pero de lo que uno nunca deja de asombrarse es cuando una persona se cae o es arrastrada por el tren.
Todo fue muy rápido, cinco o seis segundos, tal vez siete. Mis ojos no dejaron de mirarlo un solo momento. Colgaba mientras sus piernas chocaban con los montículos de tierra y piedra. No se soltó. Solo él sabe como subió. Seguro después se busco en los bolsillo la cerveza para ver si resistió los golpes. Miro la botella dijo salud y de un trago se tomo el resto. Después a buscar su maleta y seguir al norte, total la vida es corta y no sabes cuando te toca.
Instantes después aparece uno de ellos que viene diciendo maldiciones. Es el chico de la maleta gris. Corría y gritaba preguntando donde estaba su maleta. Lo vi y mire que no tenía el morral que le habíamos regalado. Corría desesperado, "mi maleta, mi maleta", gritaba dando vueltas entre la basura y restos de cosas que dejaban los migrantes a diario. Instantes después sale como escupido rumbo a los últimos vagones, con su morral gris abrazado y una enorme risa mientras gritaba "gracias, gracias". Los demás se burlaban de él. Voltee a ver a Lizzette y le mire una enorme sonrisa, mientras decía, "ese morral es más valioso para él".
Vimos el tren desaparecer, vimos ojos cristalinos que nos miraban, vimos dientes incompletos, un hondureño se acerco y pidió un poco de ayuda.
- No me quiero quedar aquí, sabe compita. Todos ellos son polleros y están drogándose, no alcancé a subir al tren y me da miedo quedarme solo. ¿Donde me puedo quedar?
- No te preocupes, mira toma esto y ve al tren sub-urbano, en el llegaras al centro de la ciudad y encontraras un lugar donde quedarte. Hay un hotel muy barato donde te podrás hospedar, atrás del zócalo... se llama...
Le dí para su pasaje, y sus ojos me contemplaron.
-Conocer la ciudad de México, que buena- dijo mirando hacía la entrada de la estación- ¿y de verdad es seguro?
- No te pasará nada malo. Mañana temprano te encuentro por allá.
V
Regresar a Lechería, es bueno. Siempre voy con miedo, pero estas personas me llenan de esperanza. Habrá un mundo mejor.
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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz
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