martes, 2 de agosto de 2011

Paso a Paso Hacia La Paz



Hoy es lunes. Aun es lunes. Y como la novela de un querido amigo donde su eternidad comenzó el domingo (Eliseo Alberto), creo que "La eternidad por fin comienza un lunes".


Y si, empezó un lunes que me expulso al DF junto a unas 400 centroamericanas y centroamericanos que recorrieron la mitad del territorio mexicano, siguiendo la ruta migratoria, dividida en dos, una por Naranjo, Guatemala para entrar a México por El Ceibo y otro por Tecum Uman, para entrar por Cd. Hidalgo.

Vi caras conocidas, vi rostros de mujeres grandes de edad y más de pensamiento. Vi hombres llorar y vi jóvenes buscando abrazos, buscando manos, buscando oídos. Escuché historias atroces y acompañe pasos que buscaban un sanitario o una tienda para encontrar una poca de agua. Un día dije tengo sed y un chico de ojos obscuros, saco de su roída bolsa una botella de agua, le di un trago y se la regresaba y me dijo que me la quedara, que él ya tenía su reserva para el camino y me enseño el interior de la maleta: un pantalón, una camisa, una torta, un cuaderno gastado y una sonrisa. 

Encontré y no me quedo más remedio que estar siempre a lado de una señora de honduras, una madre que perdió a su hija hace 4 años en su camino rumbo a Estados Unidos, desde entonces no sabe nada de ella. Desde entonces no suelta la foto de su hija, desde entonces le llora y tiene su cara triste, pero digna. Su mirada la encontraba en cada instante, en cada paso, un día me acerque a ella y me miro extrañada. Me presente y no pude aguantar abrazarla. La señora lloró y como no soy un hombre rudo le seguí. Me pidió que le tomara fotos y me pregunto si no había visto a su hija. Mire la foto, pero mis ojos estaba empañados. Me costo mucho, mucho trabajo abrirlos. Tenía y tengo muchas ganas de llorar como cuando era niño y nadie me juzgaba, pero más ganas tengo de llorar como esta señora que llora con un dolor muy profundo, pero con mucha dignidad. Ahora ella me consoló y le mire la sonrisa. Una sonrisa en su rostro que no fotografíe, ella me me regalo el momento. 

Desde entonces mi percepción se fue a los cielos. No pude nunca tomarle fotos sonriendo, todas, todas las fotos de ella son de una cara agobiada por el dolor. Nunca he sentido un dolor como esos. Creo que nunca lo sentiré. Lo más cercano es un profundo hoyo negro que siento ahora que conjugo todas estas palabras necias e inútiles. Y mis ojos se empañan y me consuela recordar el rostro de esa tremenda mujer con su sonrisa, que cuando me encontraba en cualquier instante en estos ocho días desde Tecum Uman hasta el DF, me brindaba esa sonrisa que nunca la pude ver a través de mi cámara. 

Casi todo la caravana fue dolor, búsqueda, atrocidad, miedo, coraje, mierda, sol, sed, tristeza, lluvia, piedras, tren, perdones y muchos, muchos abrazos. Recuerdo todos y cada uno de ellos. Pero no todos fueron iguales.

9 de la noche y la caravana entro a Amatlán. 9 autobuses con 400 centroamericanos entre mujeres, un niño y hombres. Los recibieron con un discursos en una pequeña ermita a la entrada de pueblo. Hubo copal y flores, muchas flores, en la cabeza, en el cuello. Les limpiaron y bendijeron la caravana. Y reinicio el camino. Todos a los camiones, todos a su lugar a su asiento. Y ocurrió. Cruzando la obscura carretera que une Amatlán con La Patrona. Al entrar a ese pueblo, empezaron a salir velas y carteles de bienvenidas, de manos que saludaban.

Ellos desde sus autobuses no lo podían creer, miraban y preguntaba que era eso y empezaron a llorar de gratitud o no sé de que cosa. En los lugares que se habían visitado, la cosa fue agresiva, indiferencia y omisión. Pero en La Patrona, siempre La Patrona dando la cara por nosotros. Y lo que ocurrió después fue una locura. De las lagrimas llenas de dolor, de las palabras con todo el horror, de las historias de miseria, de la sangre derramada y del más profundo cansancio, paso a la cena donde todos juntos, sin fronteras, sin nacionalidades, sin prejuicios, sin maldad. 

Me encontre de nuevo a esa señora hondureña. Estaba seria pero su seriedad era distinta, me sonrió y me pidió que guardara mi cámara y que solamente disfrutara de la vida en ese momento. Me pregunto que es La Patrona. Casi me quedé mudo. Suspiré, pensé, mire el piso, me sente en ese piso a su lado y le dije que es un lugar en donde yo soy feliz. Ella me dijo que también y no sabía por que extraña sensación se sentía feliz. Me sonrió y lloró sin dolor. Y se empaño por no se que mendiga ocasión mi mirada.

Y me fui a bailar con todos o casi todos los que estábamos en La Patrona ese viernes a las 10 de la noche, reímos, cenamos, nos abrazamos y nos dio la una de la mañana y no queríamos que acabara. 

Esto aporto La Patrona, las mujeres, sus ciudadanos, sus vecinos... sus pobladores... a La Caravana Paso a Paso Hacia La Paz.
Entre ellos los pobladores de La Patrona, hay muchas diferencias, antes hubo juicios y los peores que son los prejuicios...

Ahora, se respetan y respetan a estas mujeres, las que dan comida en la vía, a Doña Leo la patrona mayor... Pero hay una historia profunda y esa historia se desmenuza a partir de nuestro propio pensamiento. No hay peor violencia que la que calla cosas y oculta pensamientos llenando el camino de juicios.

Hoy pienso en esa mujer hondureña y en las patronas, y digo que no hay más que valga la pena que estas mujeres y mi familia y mi familia también son estas mujeres y esta mujer hondureña que ahora presento. 

De 60 años, delgada y con mirada justa... Doña Prisilia, hondureña que busca a su hija en nuestro México, desaparecida hace 4 años y que se sintió feliz solo por un momento en La Patrona.

Parece que la cosa apenas empieza para La Patrona y la justicia, el camino es largo pero la metamorfosis ha iniciado.

Los senadores que recibieron la Caravana no dan para mucho, antes dejaron visible su profunda ignorancia y mezquindad.

Las palabras siguen en el aire y mientras no se le de su verdadero valor a la palabra, el actuar humano seguirá destruyendo lo más preciado que es la vida libre sin prejuicios y con justicia.

Solo el libre pensamiento y la aceptación de las diferencias nos llevara a lo que necesitamos en México y que tanta falta hace: Justicia.


Hasta pronto Prisilia, México le va extrañar, yo la iré a buscar a su país para que el tiempo sea menos escabroso.

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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera. Naguib Mahfuz