lunes, 24 de noviembre de 2008

Café

Zuuuuuuuuum, los números rojos del radio-reloj marcan las seis de la mañana, zuuuuuuuuum.

Levanta el brazo buscando contener ese zuuuuuuum. Una mano palpa a la derecha busca el botón milagroso. Mmmm, se escucha, se revuelve entre la sábanas, se estira y enciende la lámpara. Picasso, se queja, se sienta y pide café.
Sheraton, se pone la bata y enciende la luz de la pequeña cocina, prepara la cafetera italiana, la enjuaga solo con agua para tener una buena preparación.

Picasso entra al baño. Antes, mira la hora que marca el radio-reloj, la luz tenue aún inunda la habitación. Ir a trabajar. La rutina de todos lo días, piensa. Levantarse a las seis, bañarse, una taza de café y librar una batalla con el tráfico para llegar a tiempo a la oficina. Hablar con Sheraton, para ver como esta su día, salir a comer y sí se puede, escaparse para tomar un algo.

Cuentas, números, memorandos, deudas , cartas, citas y más citas… Nunca creyó que ser contador podría ser tan tedioso y a veces mortalmente aburrido. Los mismos números, las mismas citas, los mismos pagos con distintas reglas cada año, la misma rutina, el mismo tráfico, el mismo conflicto, el mismo semáforo, la misma calle, el mismo policía, el mismo salario…

-Sheraton, esta bien este café. Esto es lo que logra despertarme- dice Picasso.
-Gracias. Quedo muy bueno, aunque no conocía bien este café, no sabía bien dónde comprarlo.
Se escucha un sonoro sorbo al café de parte de Sheraton.
–Mmm que rico- dice Sheraton.
-Por favor no me gusta el ruido al sorber , sabes que no soporto ruidos cuando come la gente.
-Perdóname. No te enojes que es muy temprano-. Dice Sheraton un tanto asustada.
-Bueno, bueno, mejor me voy, que el pinche tráfico no perdona unos minutos de retraso y ahora mi jefe está insoportable. Además, no pase los informes del mes y me pueden descontar las multas.
- ¿Te espero para comer?- pregunta Sheraton.
-Hay te hablo, no estoy seguro. Si me escapo pues tomamos un café en algún sitio.

Se levanta de la mesa, corre hacia su portafolio y la besa en la frente. Ella solo dice hasta luego y piensa que esos besos no le gustan.

El sol inunda la ciudad. El calor sofoca y la enorme cantidad de autos envuelve las calles. Los peatones chocan entre sí, un taxi se pasa un alto, el microbusero cobra de más y grita "todos hacia atrás, hagan doble fila, que todavía hay lugar". La ciudad de México, propensa a todo tipo de historias que llegan a lo inverosímil. Hasta pueden caer aviones con funcionarios en las arterias más congestionadas como lo es la ruta de Picasso: el Periférico. Después de caminar en la Alameda para una cita mira el reloj y piensa que es momento de escapar por un rato. Son las cuatro y podrá regresar a la oficina después de las cinco. Hace rato que no platica con Sheraton. Llegan cansados a casa, agotados, exhaustos y su carácter duro le provoca tener muchos momentos de mal humor. Con la mirada profunda, siempre de traje y corbata, los zapatos bien boleados y portafolios de corredor de bolsa. Se apresura corriendo hacia el metro. Habla con Sheraton por el celular para tomar un café. Dejar el auto en la oficina fue la mejor idea, a estas horas es una odisea con el trafico del Centro.

A bordo del metro lo bolsearon, lo manosearon, lo empujaron. Llega al parque de la colonia. Después se arrepiente de tomarse el rato libre. Pasear su juguete en estos tiempos no es muy recomendado, un policía, un detector de metales, un edificio llamado inteligente lo delataría fácil. Lo mejor es llegar con Sheraton para que lo lleve a casa y platicar con ella un rato y el mal humor se pasa.

- Un café americano por favor- pide Picasso.
- Un express doble cortado- pide Sheraton.
- Eso te reventará el estomago, mejor pide otra cosa, luego te quejas y te quejas.
- No. Me gusta mi café, ya te lo he dicho- dice Sherton un poco molesta. - Siempre me dices qué pedir o que tomar-.
- Ya, ya, no te enojes- responde Picasso, leyendo el periódico sin levantar la vista.

Ella mira los árboles, mira la gente caminar, mira los perros que husmean y orinan las plantas. Observa como corren los niños, y piensa que quisiera ser niña de nuevo para correr y reír entre la gente. Solo le complace el aromático que le sirvieron. Sin azúcar es mejor. Sorbe un poco y Picasso levanta la vista mal humorado.

Picasso quisiera quitarse el saco pero no puede, su juguete debe permanecer oculto. Tiene calor y le sofoca la corbata. Se la afloja un poco, mira al cielo y ve pasar un avión a lo lejos, a lo alto, en lo inalcanzable. Regresa su mirada al periódico, cree que la bolsa de valores es una tomadura de pelo. Escucha otro sorbo y se molesta de nuevo. Levanta la mirada hacia Sheraton y le fulmina con los ojos, se arrepiente de su escapada del trabajo. Le ha dicho mil veces que no sorba, que no lo soporta. Cuantas veces se lo ha dicho.

Una niña corre, juega y grita a su alrededor. Toma un poco de su café y mira el expresso que toma Sheraton. Sheraton sigue concentrada en los árboles del parque. Él la mira y se pregunta porque se casó con ella. Regresa su vista al periódico y lee: “Alza a la gasolina en tres centavos”. Se pregunta cuando habrá una aumento a los salarios. Escucha de nuevo otro sorbo.

-No sorbas el café, Sheraton, n-o sor-bas el ca-fé-, le repite y en mal tono.
Sheraton, lo mira extrañada y se concentra en el revolotear de los pájaros alrededor de una señora que les da migajas de pan. La niña pasa corriendo y gritando. Picasso trata de concentrar su vista y sus oídos en el periódico que tiene extendido. Cambia de página: “La inflación está controlada”. Otra nota del periódico. Enojado cambia de página. Arrepentido, acalorado, aterrado. ¿Cuándo decidió casarse?, ¿porque? Quería ser corredor de bolsa y ahora es el contador de una oficina donde no le agrada la gente. Otro sorbo.

Grita a Sheraton. – Me tienes hasta la madre, ya no hagas tu ruidito.
Sheraton, perpleja le dice que no ha hecho ningún ruido.

Picasso regresa al periódico. Regresa a su lectura. Regresa a su adolescencia. Regresa al metro y los empujones. Regresa al trabajo. Su imaginario lo seduce.

Se oye otro sorbo y en seguida dos disparos a quemarropa.

Con la pistola en mano ve a Sheraton, en el suelo y con un surco de sangre brotando de su estomago.

Mira con horror Picasso a Sheraton. Su mente en blanco y los gritos de la gente a su alrededor. No entiende y su cabeza no le permite moverse. Su juguete se le cae de la mano y da dos pasos para atrás.

La niña que corría al lado, mira perpleja la escena y su padre la levanta. La niña voltea a ver a Picasso, haciendo un sonoro sorbo del bon-ice.

Picasso, mira el Express intacto de Sheraton.

México, D.F. Noviembre, 2008.


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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz