lunes, 2 de abril de 2007

La otra Frontera III

8 emigrantes hondureños, un lanchero con 2 amigos mexicanos y un gran bote de 30 litros de gasolina al sol que miro con desconfianza, dentro de la pequeña lancha. Rompiendo la calma del río San Pedro. Así se avanza, como una saeta azulada de fibra de vidrio, con 5 metros de largo y tres personas por fila. El agua al romper en punta formaba una serie de pequeños arcoiris. Brincando y dejando atrás una estela de pequeñas olas.

8 pares de ojos decididos y expectantes. En busca del puerto de El Ceibo. La entrada a México. El inicio de un largo y peligroso camino por territorio mexicano. A pie, en tren, en autobús, con el único fin de poder llegar a Estado Unidos.



El primer punto, migración de Guatemala. Un agente moreno y bigote chorreado. Mala cara por el sofocante y húmedo calor.

-Nombre y pasaporte-.

Tres caballos somnolientos dentro del río, con el agua hasta la panza, refrescándose. Dan ganas de nadar un poco.

- No traemos pasaporte, dejamos la credencial. Ya vamos de regreso-. Responden los dos mexicanos obesos y sofocados.

- ¿Cómo, sin pasaporte?- los mira el agente interrogante, enfundado en su uniforme militar-. Así en estas condiciones de no traer pasaporte tienen que pagar 10 dólares.
- ¿10 Dólares?- responde uno de ellos.
- Si, 10 dólares- contesta, sin voltear a verlos y revisando una lista.
- Eso no nos dijeron al entrar. Solo dejamos nuestra credencial oficial ya que no tardaríamos-. Dice uno de ellos sudoroso y sorprendido.
- Pues no sé que pasó, pero aquí cobramos 10 dólares por entrar a Guatemala sin pasaporte.
- Pero fue rápido el paseo-.
- Pues en todos lados se cobra eso, en el aeropuerto, en la frontera, puestos de barco, en fin, en todos lados-, dice el oficial prendiendo un viejo ventilador.
- Pero no traemos más dinero que estos 15 quetzales.
- ¿Quetzales?, jajaja, eso no sirve, es basura. Aquí se paga en dólares ó pesos.
- Pero no traemos mas- se miran entre ellos como esperando una voz conciliadora.
- Vamos hacer una cosa, paguen 10 dólares por los dos y aquí no paso nadie.
- Mmm, ¿y cuantos pesos son 10 dólares?, a ver tú dime-. Dice uno de ellos con clara molestia en el rostro.
- Ya démosle 100 pesos, y vamonos. Creo que a eso corresponden los 10 dólares.- le dice el más gordo, sacando su cartera.
- Pues ahí esta pues, ya qué-. Responde su compañero poniendo 50 pesos de su bolsa y juntando el dinero.





Los dejan encima del gris escritorio de oficina donde solo había una larga lista con nombres, muchos nombres. El agente apuntaría el nombre de los 8 hondureños que miran impacientes y nerviosos. Potenciales candidatos a inmigrantes en tierras mexicanas. Les entrega después de ver el dinero, sendas credenciales del IFE y desliza los billetes de 50 pesos mexicanos hasta el cajón del escritorio con el antebrazo, lleno de más credenciales y más dinero, entre dólares y pesos.

Observan las credenciales para asegurar que son las suyas, con miradas nerviosas. Y empiezan a retirarse. Me acerco después de fotografiar a los aburridos caballos.
- ¿No les dará un recibo o un sello por los 100 pesos?-. pregunto mirando a los mexicanos.
- No, así nada más, no hace falta, ya se pueden ir.

Volteo a mirar al agente, mientras continúa pidiendo las identificaciones a los hondureños. Todos ellos muy jóvenes, entre 17 y 20 años, con ansiedad en los ojos. Los dos mexicanos, se encogen de hombros y salen prestos de la oficina y suben a la lancha.

- Credencial- dice el agente, estirando la mano y sin voltear a ver a cada uno.
Entrega uno a uno, su credencial azul. Donde aparecen de corbata y bien peinados, con el escudo de la República de Honduras. Y así uno a uno, hasta el quinto de la fila que entrega un papel fotocopiado, con algo parecido a un sello.

- Esto no es una identificación- afirmo el agente molesto.
- Pues esto me dieron y dicen que si vale- dijo el hondureño de cara pecosa.
- Mmm, esto no sirve, el que sigue… - se acerca otro de tez morena como de 18 años y con un papel en la temblorosa mano. -Tú también..-
- Pues yo traigo esto- dijo un séptimo.
- Esto no tiene ningún valor, no sirve- dijo el agente molesto, guardando la larga lista con nombres de emigrantes que salen por la frontera de Guatemala y entran a México, por Tabasco. – Miren mejor váyanse yo no los vi.- recogía hojas y más papeles de la mesa- y no regresen tan rápido por favor.
- Mi turno- le digo y le extiendo el pasaporte. Lo mira con ojos extrañados.

El calor hace que se limpie el sudor de la frente con el brazo y me mira.
- ¿Usted es este?- pregunta con ojos de plato
- Pues yo digo que si- me estiro para poder ver al mismo tiempo que él la fotografía del documento- ¿usted que opina?.
- Pues si, y se lo pregunto porque es muy raro que alguien traiga papeles. Creí que venía con estos hondureños.- respondió con voz incrédula.
- Y más raro es que aun sin papeles todos pasen la frontera, ¿no?- le respondo.
- Pues si, todos pasan. Así son las cosas aquí.- dice sin dejar de revisar de arriba abajo el pasaporte.- Pase usted y buen viaje, espero que le haya gustado Guatemala.
- Muy bonito, espero regresar pronto y con más tiempo.- Respondí, tomando mi pasaporte.








Con la lancha detenida el calor es agobiante aun bajo la sombra. 30, tal vez 35 grados. Dentro del río se siente como evapora el agua hacia el azul del cielo. Sintiendo lo brillante de la luz en el rostro y deslumbrando por leves reflejos plateados.

Una vuelta sobre el río hacia una de las orillas y a lo lejos una lancha. Sale al encuentro un moreno tostado por el sol.
- ¿Qué pues?- pregunta con un grito al lanchero que se encuentra al fondo de la pequeña embarcación.
Paran el motor y el frenado de la lancha es repentino.
- Vamos- le grita el lanchero.
- Oye tú, vamonos ya llegaron.- le dice el de piel tostada a un hombre que esta entre los arbustos hablando por celular. Al fondo dos mujeres jóvenes, que se acercan a una señal con la mano del que habla por el celular. Él se acerca y observa la cámara fotográfica y revira, mirándome fijamente.
- No, no, no vamos. Estoy arreglando un negocito- Le dice al lanchero sin dejar de observar la cámara. Les hace una señal a las mujeres para que se retiren. Solo se les ve de espaldas, morenas y el pelo largo hasta la cintura con su bien torneada figura. Él de diente de oro y lente oscuro, recuerda al personaje de la canción de Rubén Blades, Pedro Navajas. Nos da la espalda y se interna entre los árboles.

La situación en al aduana y migración en México no es distinta. Al llegar a la otra orilla, ya en territorio de México, los 8 inmigrantes hondureños desaparecieron rápidamente, subiéndose a las camionetas toyota de redilas. En el mercado de ropa es sabido que se internan hacia la montaña.
Todo junto, una aduana en reconstrucción desde el año anterior que pise estos lugares por primera vez, después migración y las oficinas de inspección fitosanitaria. El semáforo de la aduna, no sirve, sigo caminando, cruzo en lo que pudiera ser migración, unas oficinas blancas de tabla roca y con la bandera mexicana ondeando. Afuera y en el fondo del terreno, 6 agentes jugando cartas y comiendo tortas con coca-cola. Me paro volteo a verlos, me miran tres de ellos y les digo adiós con la mano y ellos tan educados me dicen adiós con su mano y con la torta en la boca.

Así nuevamente en México, seis horas después, sin visado ni sello de Guatemala, sin hoja de salida, ni de entrada a México, en el puesto fronterizo El Ceibo, Tabasco-Guatemala, donde los 8 inmigrantes hondureños pudieron haber pasado sin la necesidad de internarse en la montaña para rodear migración y sin exponerse a los cada vez más recurrentes asaltos y violaciones en una frontera sin frontera.




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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz

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