viernes, 20 de abril de 2007

Ahí viene migración II


Todo fue rápido y repentino.
- Atrás todos atrás y no se acerquen a las ventanillas. Tú cierra esa ventana y aléjate de ahí, mugroso ilegal.

Se habían agolpado todos al unísono en la puerta con gritos y empellones al ver a la distancia a los agentes que bloqueban la carretera.
Abre la puerta chofer, abrela no seas cabrón, abrela no seas malo, –decía alguno de ellos-.
Se insultaban todos y caían los rostros al marasmo. Desencajados unos, furiosos otros. El cansancio era para después, la sed, el hambre y las más de diez horas de caminata ya no importaban. Ver en un instante todo lo que se perdió, por una intempestiva aparición de los agentes de migración, y la segura deportación. Abre la puerta por tú madre, déjanos bajar, párate, por favor párate!. Patadas a la puerta, gritos de reclamaciones entre ellos, y lamentaciones sin fin. Ella de la alegoría por dejar de caminar al llanto profundo. A la mirada con rencor, con desesperación.

Uno de ellos, sin turbarse grito que se estuvieran quietos. Lo mejor es no resistir. Nos atraparon. Ya que. Segundos después los agentes se hacían del control del transporte y con ello la deportación.

El chofer intenta frenar, no se anima a hacerlo del todo, los gritos continúan y las lamentaciones no paran. A unos metros del agente de migración en medio de la carretera con las manos en lo alto indicando que siguiera despacio hasta adentrarse en la terraceria. No te detengas y no abras la puerta hasta que yo te lo diga. Otros dos agentes rodeaban el camión, descolorido y de ruedas rechinantes. Abre la puerta el chofer y brincan al campo dos, tres de los hondureños. Se lanzan a todo lo que dan sus nobles piernas que responden a pesar de todo. Tras ellos corren tres agentes más, robustos y mal encarados.
En el camión se amontonan en la puerta queriendo salir y escapar. “Todos atrás, ninguno se le levante, -gritaba el agente del Instituto Nacional de Migración- aquí no sé hace lo que se les pega la gana”. Un clik, otro clik. “Baje esa cámara, no se pueden tomar fotografías. ¿Abra su maleta, de donde se la robo?”. La credencial de prensa frente a su rostro es implacable.
Baja la voz el agente, - ¿de donde viene?-
- de la ciudad de México, con autorización del instituto para el que usted trabaja.

“Bien muchachos, como nos traten serán tratados, -dice el agente con el rostro serio pero ya sin violencia en la mirada- se forman y pasan de uno en uno, como les vayamos indicando. Les daremos de comer y agua, podrán descansar en la estación migratoria”.
Algunos de ellos bajan la mirada para esconder la lagrima que les delate la tristeza. Otro grita que sin fotos. Otros ojos miran con rencor, como pensando en contra de uno. “Salí de mi casa el miércoles pasado, en San Pedro Sula. No hay nada no hay trabajo, tuve que dejar la escuela. Es frustrante terminar así”
El resto de los pasajeros todos ellos de Tenosique, solo miran hacia la montaña, con indiferencia, donde seguramente algunos compañeros migrantes caminan con la prisa y la premura del peligro de ser asaltados, pero sin la carga de encontrarse con los agentes de migración.


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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz

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