lunes, 30 de abril de 2007

Juan



Él es hondureño, se llama Juan, ahora no sé donde se encuentra, pero sí sé cuando llegó a la estación del tren en la localidad de Lechería, Estado de México, a dos horas en tráfico severo desde mi casa en carro.

Eran las seis de la tarde de un sábado, llegó el tren de carga proveniente de la ciudad de Orizaba, Veracruz, en el Oriente del país. El tren había salido a la 1 de la mañana de ese día sábado, recorriendo sus cientos de kilómetros por la sierra veracruzana con sus 32 túneles que cruzan la montaña antes de tocar el estado de Puebla y posteriormente atravesar el centro de país para después salir rumbo al norte.

17 horas de camino, 17 horas del trac, trac, trac, de las vías del tren, 17 horas de arrastrar una pesado convoy de 60 vagones, con carga, que va desde autos manufacturados en Brasil, pasando por granos, petróleo, aceite, grava, arena y demás utilería para la industria con destino en EU y Canadá, incluyendo a su dos centenares de viajeros centroamericanos.

Él, Juan, venía con dos amigos y dos familiares más; estando en Orizaba habían escapado de un operativo que realizó a las seis de la tarde la policía migratoria; corrió, y corrieron, saltando potreros y sembradíos de maíz; sólo escuchaba los "deténgase" de la policía. Y pensó, "si me detengo me regresan y ya tengo 20 días fuera de casa, me ha llovido, me ha dado sed, he tenido hambre, pero he llegado hasta aquí, he pasado lo más difícil", eso me dijo.

Yo sólo miraba unos ojos rojos, rojos; pensaba que era una infección por el viento que pasa alrededor del tren en marcha, pero no… Mientras pensaba esto cayó una lluvia de lágrimas, un manoteo y un taparse la cara y soltando mocos... Yo, pues atónito ni qué decir....

Traía unos Klinex, estiré la mano y vi unos ojos que me miraban y gritaban si era justo tanto trabajo, si era justo tener que salir y dejar a su esposa y dos hijitos en su país por no tener trabajo...

Yo, sólo enmudecí, mi cerebro no quería trabajar, no quería hacer su quehacer, no tenía las palabras de consuelo. Pero lo adivinó...

"No joven, no necesito consuelo, lo que necesito es un trabajo para sostener a mi familia, sólo eso. La policía me agarró, me subió a una troca y creí que estaría de regreso en la frontera en 12 horas, pero no, no, joven, me desnudaron, me quitaron mis papeles y mis 80 pesos que había cambiado en Tapachula, (Chiapas).

“No traía más, se enojaron y me golpearon. Me despidieron puteándome, y diciendo el comandante que si me atrapaba nuevamente que me diera por muerto. Me soltó, sin nada, sólo mi bolsa y esta con una camisa, pero sin dinero.

"Llegué a donde estaban mis amigos, los encontré en lo oscuro de la noche, pasaron las horas y vimos la lucecilla del tren a lo lejos que iba aumentando de tamaño; el Robert dijo: 'es hora compas, estemos listos para subir'.

“El rugir de la máquina me puso a temblar, todos corrimos a las escaleras, no corría tan rápido, subí y traté de refugiarme luego, luego, hacía mucho frío y las nubes tocaban piso. No vi a nadie más.

"Comenzó a clarear y no vi a nadie, el frío solo hacía su trabajo. Pero el miedo llegó después. Ellos no estaban, grité como loco, pero ellos no estaban. Trepé a lo alto del tren y no había nada, pase a otros vagones y el viento me impedía moverme fácilmente.

“Vi a otros compas, les pregunte por mis amigos y dijeron que no había nadie más, que no pudo subir mucha gente porque la policía les cayó encima."


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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz

viernes, 20 de abril de 2007

Ahí viene migración II


Todo fue rápido y repentino.
- Atrás todos atrás y no se acerquen a las ventanillas. Tú cierra esa ventana y aléjate de ahí, mugroso ilegal.

Se habían agolpado todos al unísono en la puerta con gritos y empellones al ver a la distancia a los agentes que bloqueban la carretera.
Abre la puerta chofer, abrela no seas cabrón, abrela no seas malo, –decía alguno de ellos-.
Se insultaban todos y caían los rostros al marasmo. Desencajados unos, furiosos otros. El cansancio era para después, la sed, el hambre y las más de diez horas de caminata ya no importaban. Ver en un instante todo lo que se perdió, por una intempestiva aparición de los agentes de migración, y la segura deportación. Abre la puerta por tú madre, déjanos bajar, párate, por favor párate!. Patadas a la puerta, gritos de reclamaciones entre ellos, y lamentaciones sin fin. Ella de la alegoría por dejar de caminar al llanto profundo. A la mirada con rencor, con desesperación.

Uno de ellos, sin turbarse grito que se estuvieran quietos. Lo mejor es no resistir. Nos atraparon. Ya que. Segundos después los agentes se hacían del control del transporte y con ello la deportación.

El chofer intenta frenar, no se anima a hacerlo del todo, los gritos continúan y las lamentaciones no paran. A unos metros del agente de migración en medio de la carretera con las manos en lo alto indicando que siguiera despacio hasta adentrarse en la terraceria. No te detengas y no abras la puerta hasta que yo te lo diga. Otros dos agentes rodeaban el camión, descolorido y de ruedas rechinantes. Abre la puerta el chofer y brincan al campo dos, tres de los hondureños. Se lanzan a todo lo que dan sus nobles piernas que responden a pesar de todo. Tras ellos corren tres agentes más, robustos y mal encarados.
En el camión se amontonan en la puerta queriendo salir y escapar. “Todos atrás, ninguno se le levante, -gritaba el agente del Instituto Nacional de Migración- aquí no sé hace lo que se les pega la gana”. Un clik, otro clik. “Baje esa cámara, no se pueden tomar fotografías. ¿Abra su maleta, de donde se la robo?”. La credencial de prensa frente a su rostro es implacable.
Baja la voz el agente, - ¿de donde viene?-
- de la ciudad de México, con autorización del instituto para el que usted trabaja.

“Bien muchachos, como nos traten serán tratados, -dice el agente con el rostro serio pero ya sin violencia en la mirada- se forman y pasan de uno en uno, como les vayamos indicando. Les daremos de comer y agua, podrán descansar en la estación migratoria”.
Algunos de ellos bajan la mirada para esconder la lagrima que les delate la tristeza. Otro grita que sin fotos. Otros ojos miran con rencor, como pensando en contra de uno. “Salí de mi casa el miércoles pasado, en San Pedro Sula. No hay nada no hay trabajo, tuve que dejar la escuela. Es frustrante terminar así”
El resto de los pasajeros todos ellos de Tenosique, solo miran hacia la montaña, con indiferencia, donde seguramente algunos compañeros migrantes caminan con la prisa y la premura del peligro de ser asaltados, pero sin la carga de encontrarse con los agentes de migración.


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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz

miércoles, 11 de abril de 2007

Ahí viene migración I



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Migración esta adelante –grito un taxista-. De las caras felices a las de incertidumbre.

- No, más adelante, sigue chofer.

- Mejor bájense, el taxi dijo que estaba la migra adelante.

- No, hasta allá arriba, si desde aquí no se ven.

Caras que sudan y cabellos revueltos, polvosos, piel irritada por quemaduras del sol, barba de días de camina y camina. 10 hondureños, sudorosos y hambrientos.

- Salimos el miércoles de Agua Caliente, en Guatemala. Hoy en la mañana bajamos de la lancha en El Ceibo, como a las 7:30 de la mañana. Venimos bordando, salimos cerca de un reten de militares y nos trataron bien. Nos regalaron soda y agua para una mujer con su bebe que se quedo muy atrás. El calor hacia buscar un lugar con ventanillas. Seis de ellos atentos a la carretera. Una de ellas morena con pantalones militares, se sentía a salvo. Gritaba, se asomaba a la carretera en busca de compañeros, que iban más adelante. Las nubes seguían balanceándose en lo alto en el infinito azul, grises y espesas. Tapaban el sol a momentos, sube la humedad y también las ansias.

- Bájense –grito el chofer-, es mejor, a mi no me pasa nada, pero a ustedes los agarran y de vuelta a casa.

- ¿Hay operativos? –pregunta uno de ellos-.

- Hay todo el tiempo. Ayer por la mañana agarraron a los que caminaban por la carretera. No se sabe cuando regresan. Es mejor que caminen entre la montaña, en el monte, pero hay asaltos, en todos lados hay riesgos para ustedes –dijo el chofer serio-.

Siguió el viejo transporte con sus cortinas mugrosas y su terrible olor a humo y gasolina. Ellos con los ojos fijos en la carretera y esa distorsión de la imágenes por lo caliente del asfalto. La montaña espesamente verde y desafiante. Una loma tras otra, y la carretera larga y curveante. Otra loma y otra curva, y las 10 miradas buscando un final para poder ver más allá. Y el niño avecinado en Tenosique, los mira con curiosidad. “¿De donde vienen mamí?”, la madre solo le da una señal que lo calla.



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Naguib Mahfuz

lunes, 2 de abril de 2007

La otra Frontera III

8 emigrantes hondureños, un lanchero con 2 amigos mexicanos y un gran bote de 30 litros de gasolina al sol que miro con desconfianza, dentro de la pequeña lancha. Rompiendo la calma del río San Pedro. Así se avanza, como una saeta azulada de fibra de vidrio, con 5 metros de largo y tres personas por fila. El agua al romper en punta formaba una serie de pequeños arcoiris. Brincando y dejando atrás una estela de pequeñas olas.

8 pares de ojos decididos y expectantes. En busca del puerto de El Ceibo. La entrada a México. El inicio de un largo y peligroso camino por territorio mexicano. A pie, en tren, en autobús, con el único fin de poder llegar a Estado Unidos.



El primer punto, migración de Guatemala. Un agente moreno y bigote chorreado. Mala cara por el sofocante y húmedo calor.

-Nombre y pasaporte-.

Tres caballos somnolientos dentro del río, con el agua hasta la panza, refrescándose. Dan ganas de nadar un poco.

- No traemos pasaporte, dejamos la credencial. Ya vamos de regreso-. Responden los dos mexicanos obesos y sofocados.

- ¿Cómo, sin pasaporte?- los mira el agente interrogante, enfundado en su uniforme militar-. Así en estas condiciones de no traer pasaporte tienen que pagar 10 dólares.
- ¿10 Dólares?- responde uno de ellos.
- Si, 10 dólares- contesta, sin voltear a verlos y revisando una lista.
- Eso no nos dijeron al entrar. Solo dejamos nuestra credencial oficial ya que no tardaríamos-. Dice uno de ellos sudoroso y sorprendido.
- Pues no sé que pasó, pero aquí cobramos 10 dólares por entrar a Guatemala sin pasaporte.
- Pero fue rápido el paseo-.
- Pues en todos lados se cobra eso, en el aeropuerto, en la frontera, puestos de barco, en fin, en todos lados-, dice el oficial prendiendo un viejo ventilador.
- Pero no traemos más dinero que estos 15 quetzales.
- ¿Quetzales?, jajaja, eso no sirve, es basura. Aquí se paga en dólares ó pesos.
- Pero no traemos mas- se miran entre ellos como esperando una voz conciliadora.
- Vamos hacer una cosa, paguen 10 dólares por los dos y aquí no paso nadie.
- Mmm, ¿y cuantos pesos son 10 dólares?, a ver tú dime-. Dice uno de ellos con clara molestia en el rostro.
- Ya démosle 100 pesos, y vamonos. Creo que a eso corresponden los 10 dólares.- le dice el más gordo, sacando su cartera.
- Pues ahí esta pues, ya qué-. Responde su compañero poniendo 50 pesos de su bolsa y juntando el dinero.





Los dejan encima del gris escritorio de oficina donde solo había una larga lista con nombres, muchos nombres. El agente apuntaría el nombre de los 8 hondureños que miran impacientes y nerviosos. Potenciales candidatos a inmigrantes en tierras mexicanas. Les entrega después de ver el dinero, sendas credenciales del IFE y desliza los billetes de 50 pesos mexicanos hasta el cajón del escritorio con el antebrazo, lleno de más credenciales y más dinero, entre dólares y pesos.

Observan las credenciales para asegurar que son las suyas, con miradas nerviosas. Y empiezan a retirarse. Me acerco después de fotografiar a los aburridos caballos.
- ¿No les dará un recibo o un sello por los 100 pesos?-. pregunto mirando a los mexicanos.
- No, así nada más, no hace falta, ya se pueden ir.

Volteo a mirar al agente, mientras continúa pidiendo las identificaciones a los hondureños. Todos ellos muy jóvenes, entre 17 y 20 años, con ansiedad en los ojos. Los dos mexicanos, se encogen de hombros y salen prestos de la oficina y suben a la lancha.

- Credencial- dice el agente, estirando la mano y sin voltear a ver a cada uno.
Entrega uno a uno, su credencial azul. Donde aparecen de corbata y bien peinados, con el escudo de la República de Honduras. Y así uno a uno, hasta el quinto de la fila que entrega un papel fotocopiado, con algo parecido a un sello.

- Esto no es una identificación- afirmo el agente molesto.
- Pues esto me dieron y dicen que si vale- dijo el hondureño de cara pecosa.
- Mmm, esto no sirve, el que sigue… - se acerca otro de tez morena como de 18 años y con un papel en la temblorosa mano. -Tú también..-
- Pues yo traigo esto- dijo un séptimo.
- Esto no tiene ningún valor, no sirve- dijo el agente molesto, guardando la larga lista con nombres de emigrantes que salen por la frontera de Guatemala y entran a México, por Tabasco. – Miren mejor váyanse yo no los vi.- recogía hojas y más papeles de la mesa- y no regresen tan rápido por favor.
- Mi turno- le digo y le extiendo el pasaporte. Lo mira con ojos extrañados.

El calor hace que se limpie el sudor de la frente con el brazo y me mira.
- ¿Usted es este?- pregunta con ojos de plato
- Pues yo digo que si- me estiro para poder ver al mismo tiempo que él la fotografía del documento- ¿usted que opina?.
- Pues si, y se lo pregunto porque es muy raro que alguien traiga papeles. Creí que venía con estos hondureños.- respondió con voz incrédula.
- Y más raro es que aun sin papeles todos pasen la frontera, ¿no?- le respondo.
- Pues si, todos pasan. Así son las cosas aquí.- dice sin dejar de revisar de arriba abajo el pasaporte.- Pase usted y buen viaje, espero que le haya gustado Guatemala.
- Muy bonito, espero regresar pronto y con más tiempo.- Respondí, tomando mi pasaporte.








Con la lancha detenida el calor es agobiante aun bajo la sombra. 30, tal vez 35 grados. Dentro del río se siente como evapora el agua hacia el azul del cielo. Sintiendo lo brillante de la luz en el rostro y deslumbrando por leves reflejos plateados.

Una vuelta sobre el río hacia una de las orillas y a lo lejos una lancha. Sale al encuentro un moreno tostado por el sol.
- ¿Qué pues?- pregunta con un grito al lanchero que se encuentra al fondo de la pequeña embarcación.
Paran el motor y el frenado de la lancha es repentino.
- Vamos- le grita el lanchero.
- Oye tú, vamonos ya llegaron.- le dice el de piel tostada a un hombre que esta entre los arbustos hablando por celular. Al fondo dos mujeres jóvenes, que se acercan a una señal con la mano del que habla por el celular. Él se acerca y observa la cámara fotográfica y revira, mirándome fijamente.
- No, no, no vamos. Estoy arreglando un negocito- Le dice al lanchero sin dejar de observar la cámara. Les hace una señal a las mujeres para que se retiren. Solo se les ve de espaldas, morenas y el pelo largo hasta la cintura con su bien torneada figura. Él de diente de oro y lente oscuro, recuerda al personaje de la canción de Rubén Blades, Pedro Navajas. Nos da la espalda y se interna entre los árboles.

La situación en al aduana y migración en México no es distinta. Al llegar a la otra orilla, ya en territorio de México, los 8 inmigrantes hondureños desaparecieron rápidamente, subiéndose a las camionetas toyota de redilas. En el mercado de ropa es sabido que se internan hacia la montaña.
Todo junto, una aduana en reconstrucción desde el año anterior que pise estos lugares por primera vez, después migración y las oficinas de inspección fitosanitaria. El semáforo de la aduna, no sirve, sigo caminando, cruzo en lo que pudiera ser migración, unas oficinas blancas de tabla roca y con la bandera mexicana ondeando. Afuera y en el fondo del terreno, 6 agentes jugando cartas y comiendo tortas con coca-cola. Me paro volteo a verlos, me miran tres de ellos y les digo adiós con la mano y ellos tan educados me dicen adiós con su mano y con la torta en la boca.

Así nuevamente en México, seis horas después, sin visado ni sello de Guatemala, sin hoja de salida, ni de entrada a México, en el puesto fronterizo El Ceibo, Tabasco-Guatemala, donde los 8 inmigrantes hondureños pudieron haber pasado sin la necesidad de internarse en la montaña para rodear migración y sin exponerse a los cada vez más recurrentes asaltos y violaciones en una frontera sin frontera.




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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz