Las Patronas
El calor se extiende con sus largos tentáculos a lo largo de la estación del tren de Tierra Blanca, Veracruz. Son las 11 de la mañana y una máquina ruge arrastrando furgones y tanques del tren, acomodando uno a uno, hasta formar un extraño gusano, enorme y oscuro. Serán 70 tal vez 80 vagones del tren con su carga. Mientras cientos de migrantes centroamericanos de desperezan, se estiran, toman agua o revisan sus bolsas rotas y sucias donde llevan sus pertenencias; una carta o una foto, el carné de identidad o un peine y la biblia. Unos pantalones roídos, gel para el pelo, el cepillo de dientes. Unos más se acercan a la vía bajo los rayos de 40 grados del sol que caen con toda su brillantez. Mejor seguir oculto debajo de un árbol, o debajo de un viejo y abandonado vagón, no importa que huela a mierda u orines, no importa estar acostado sobre tierra y basura, hay que ocultarse del sol, el sol pega y pega parejo. La sed se hace más grande bajo este calor insoportable que altera aun más a los mosquitos y ese malestar al que no se acostumbra uno. La falta de baño, la falta de comida caliente, el agua fresca, el hogar y la familia quedaron atrás para otros tiempos, tal vez para mejores tiempos.
El reloj marca las once treinta de la mañana y cuatro enormes y tiznadas máquinas de tren hacen temblar el piso, se colocan al frente del largo convoy y los trabajadores con enormes esfuerzos enganchan dos máquina al frente del convoy, se adelanta la mitad de la columna y las otras dos máquinas quedan justo en medio de todos los vagones. El maquinista anuncia la salida del tren con largos silbidos y los ensordecedores ruidos de las máquinas. Todos se levantan y corren, se suben a grandes zancadas nadie se quiere quedar, solamente los que llegaron a las 9 de la mañana de Medias Aguas le dan la espalda. Son muchos los que se apilan y buscan la sombra entre hierros y tubos de los vagones. Son mujeres , algunos niños y muchos adolescentes. Unos más suben a lo alto, esperando ver este pueblo por ultima vez y se despiden del desconocido vecino que se asoma a la ventana para ver el cotidiano salir del tren con su centenar de centroamericanos abordo. Ellos buscan la tolva abierta o el vagón que lleva cemento. “En ellos siempre hay de donde agarrarse”, cuenta el que lleva dos viajes.
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“Hace años, cuando a mi Rosa, la mande a comprar un poco de pan y leche para la cena. En aquel entonces no era tanta la gente que viajaba en el tren, eran cinco o seis, y solo decíamos, mira ahí van unas moscas, pero no sabíamos de donde venían ni a donde iban. No les tomábamos importancia, pues no se hablaba mucho de ellos. Y entonces esa noche, llega Rosa y Bernarda sin pan y sin leche, y con unos ojos así chiquitos y tristes… Les pregunte que paso y donde esta el pan y la leche, y así medio asustadas y sorprendidas me cuentan, que dos muchachos así grandotes, grandotes, se le acercaron y le dijeron que les regalara su pan, que tenían mucha hambre y tenían dos días de no comer nada”.
Habla Doña Leonila Vázquez, de 65 año de edad. Morena y mirada fija. Piel y manos fuertes curtidas por el trabajo en el campo. Vivaz, inquieta, siempre sonriente y mirando al cielo recuerda, como empezó a dar de comer a los migrantes hace algunos años. Lava trastes, escoge arroz y dirige a sus hijas y nietas, para preparar los lonches que llevarán a los migrantes que recorren México en el tren de carga. Hace cuentas de cuantos costales de abono necesita para la próxima zafra de azúcar. No hay descanso, todos los días lunes, martes y hasta el domingo preparan algo de comida. No hacen caso a la regla de la Biblia que dice que un día se dedicara al descanso, si lo hacen ese día alguien se quedará con hambre y sed.
Ya pasó el armón, ya pasó el armón-. Grita Lidia desde la ventana de la papelería. Enseguida doña Leonila junto a sus hijas y nietas, prepara la comida y el agua que repartirán al paso del tren. En el tren que bordea el pueblo donde ellas nacieron. Son tacos de arroz, fríjol, un pan y agua, a veces hay huevo, o mole de alguna fiesta del pueblo. Son ya varios años en que tomaron el habito de dar de comer. “Son muchos los que pasan”, dice doña Leonila, “pero es mucha la necesidad, es mucha el hambre, pero hacemos lo que podemos, mientras dios nos preste vida , seguiremos ayudando a esas personas”. empieza a sonar su silbato, entonces aminora la velocidad y empiezan a aparecer los migrantes entre los vagones, les hacemos señales con las bolsas de la comida y los más intrépidos se bajan con el tren en marcha, la mayoría se cuelgan hacia la comida tratando de tomarlas de nuestras manos y si el maquinista es bueno, pues entregamos todo, de 20 a 30 bastimentos por cada una de nosotras, hay algunos maquinistas que no les importa y pasan muy rápido y se torna peligroso pues se pueden caer alguno muchacho, incluso alguna de nosotras nos podemos caer, habemos muchas rasguñadas pues ellos se estiran tratando de tomar algo. Hay veces que toca un maquinista que nos ve y baja de velocidad le damos de tomar algo y dando de gritos, dando las gracias y sonriendo al paso.
La ayuda se extendió a otras mujeres de esta localidad, a Chela, a Doña Viki, Norma, Julia, Sara todas ellas vecinas de doña Leonila, que es reconocida como quien empezó a repartir comida. Hay cientos de anécdotas, en “La Patrona de Guadalupe”, municipio de Amatlán, Veracruz. Es en al orilla de las vías del tren de la empresa FERROSUR, en el cambio de vía antes de llegar a Córdoba. Este es el paso de cientos de migrantes provenientes de Centroamérica que por años intentan llegar a EU, es el camino de Tierra Blanca a Orizaba. Es el calor veracruzano de sus habitantes, es su risa y sobre todo su solidaridad.
Para doña Leonila originaria de La Patrona, como muchas otras mujeres que reparten comida, el tren es una tradición es su vida. “De chiquilla mi papá me llevaba en tren hasta Tierra Blanca a pasear o comprar algunas cosas, y desde muy temprano tomabamos el tren para ir a vender la leche a Córdoba y Amatlán”. A 100 mts de su casa se encuentra la vía, antes de pasaje y carga, que a raíz de la privatización del sistema ferroviario solo quedo el tren de carga. Pequeñita y de mirada lenta, se detiene en un punto sus ojos y lo examina. Parecería no escuchar, pero es atenta a todo.
- ¿Y que pasó, cuando las abordaron los centroamericanos?
- Pues primero nos asustamos- habla Rosa, mujer fuerte y de hablar directo- le digo a Bernarda mi hermana que qué hacemos, pues vimos como bajaron del tren en marcha y estaba oscuro, no sabíamos quienes eran y de donde venían. Se les veía en la cara la desesperación y le diga a mi hermana, pues yo les doy el pan, a ver si no nos regaña mi mamá, total, tenemos tortillas y frijoles en casa. Pues les di el pan y se lo comen así, rapidito, rapidito. Y otros que venían atrás, no piden la leche, todos ellos demacrados, y con ojos de cansancio. Nos quedamos sorprendidas, sin leche y sin pan, ya dios dirá.
- Al día siguiente cuando escucho el silbido del tren, allá atrás de la montaña-habla dona Leonila- prepare unos pocos taquitos eran unos cinco, y ya cuando estaba más cerca el tren me fui para la vía, y espere a que llegará. Pensé, si viene gente pues les doy los tacos para que coman algo. ¿Y que cree?- se le pierde la mirada en el recuerdo y con una sonrisa y voz nerviosa se le rompe la voz- pues venían muchos ahí reguindaos, muchos, así como piñas, todos gritando gracias madre. Eran muchos, demasiados como para mis fuerzas y mis cinco tacos. –Se queda pensando, se agacha y pregunta- ¿cómo es posible que esto ocurra, que la gente tenga hambre y vayan colgados como animales? Y sus gritos se escuchaban, madre tenemos sed, y el tren pasando muy rápido. Y yo ahí nomas mirando sin saber que hacer.
El resto vino con calma, cuenta Norma, hija de doña Leonila, quien actualmente coordina de alguna manera a la veintena de mujeres de la localidad. Nos organizamos, mis hermanas y mi mamá de este lado de La Patrona, y el resto de las mujeres en el cambio de vía donde en algunos días de suerte pueden bajar los muchachos, se forman al pie de nuestras casas y les repartimos café y pan. Incluso cuenta dona Viki, que hasta la han asustado cuando en su cocina prepara el desayuno y aparecen algunos todos polvosos, queriendo comprar un café, con unas cuantas monedas. “les digo no mijos, siéntense ahí y tomen, yo no vendo. Incluso hay mujeres y niños que les doy agua para que se den un baño y hasta ropa, porque allá adelante en Orizaba el frío es muy duro”.
Que queremos a cambio, -continúa doña Viki- nada, bueno si, es satisfacción de estar ayudando a la gente con las mismas necesidades. Son gente humilde, pobre que busca mejorar. No pasan a robar ni nada de eso que hablan en la tele, en todos estos años nunca me ha faltado algo de mi casa. Y además mire, yo no conozco Honduras, ni siquiera lo he visto en el mapa pero se como es por ellos. Honduras, El Salvador y Guatemala, imagínese como esta que la gente sale de sus lugares. Fíjese aquí en México tenemos ese problema. Hace años éramos una zona de café, pero lo tiramos, nos pagaban a $1.50 el kilo. Así no se puede vivir y pues la gente se siente desesperada, ahora la zafra se termina y la gente se queda sin trabajo, ¿y que piensa?, pues irse a los Estado Unidos. Si no hay trabajo, dígame que tiene que hacer la gente para vivir, ¿quedarse y empezar a robar? Yo digo que no, que tenemos que buscar la manera de hacer algo por nosotros. Por eso entiendo a la gente que va en el tren.”
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El tren continúa su largo recorrido, el calor en los vagones no se siente por el viento que traspasa el rostro, pero la sed aumenta. Buscar un escondrijo, poner un cartón en la cabeza, un trapo, algo para cubrirse del sol. Ya son tres horas de camino, y la vía es larga y el color no cambia entre el verde y el azul del cielo. Cuanto falta para llegar a Córdoba, no se sabe, alguno dijo que eran cuatro horas, alguien más que seis. Y el trak trak de los rieles siguen en un sonido que se confunde con al monotonía del paisaje. Lo letreros, de las poblaciones, San Miguel, ... … ingenio San Miguel, La Palmas, Los Ángeles y lo inesperado “La patrona”.
El tren empieza a bajar de velocidad y el sonido del silbato se hace largo y constante. Cambio de vía piensan los centroamericanos, se entra en una larga columna de árboles a la izquierda y una gran parcela de caña de azúcar. Algunos de los viajeros se empiezan a gritar “agua, agua tenemos sed, aquí arriba” el alboroto despierta y despereza a los demás. Se asoman y ven desde lo alto a una grupo de mujeres con pequeñas bolsas que tratan de entregar a los que se cuelgan.
Otras mujeres avientan las bolsa y botes de agua para los que van en la parte más alta. Todos tratan de agarrar algo, el esfuerzo puede ser gratificante, otros más solo alcanzan a ver pues el tren no para a pesar de que bajo de velocidad. Los gritos continúan por parte de las mujeres de La Patrona, “del otro lado muchachos, allá adelante hay más comida pero del otro lado”. No se entiende muy bien, con los gritos el pitido del tren y el trak trak. Solo queda el éco y los gritos apagados de las mujeres que aventaron comida. La interrogantes de los migrantes y los agradecimientos por parte de ellos. El alboroto total. Se comparten el taco y el fríjol, alguien solo quiere un poco de agua, y le pasan uno de los botes de estas mujeres. Unos instantes después nuevamente el alboroto, los pitidos del maquinista, pues a la salida del pueblo hay otro puñado de mujeres que siguen con esta tarea de arrojar comida hacia el tren. La velocidad nuevamente disminuye y el aprendizaje tiene que ser muy rápido.
Inclinarse y acercarse lo más posible hacia las manos de las mujeres, siempre habrá algo que coger, frijoles, arroz, agua o alguna fruta. El que no alcanzo en el primer intento ahora reparte y el que repartía ahora alcanzo un poco más. Y la pregunta se extendió a lo largo de los 100 vagones,”¿quiénes eran estas mujeres? ¿alguien vio como se llamaba el lugar?” Las miradas voltean hacia atrás. Escudriñando el paisaje y tratando de gravarlo en sus mentes. Buscando un signo que lo volviera imborrable, hasta que alguien grito “La Patrona, se llamaba La Patrona”
Abril 2008
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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz
1 comentario:
Carnal, sigue escribiendo y dejando que nos asomemos a tu ventana. Cada que leo tu blog acabo en Veracruz. El dia de hoy me abstuve de tomar un avión a DF.
Un gran texto.
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