Crónica de un día en la Sierra de Michoacan.
El pretexto.
Recorrer el campo, los bosques, las montañas y caminar y caminar hasta agotarme ha sido siempre un placer. Un placer que le debo a mi abuelo-padre, a Don Abu. A Don Abu, de Veracruz, a Don Abu de la montaña veracruzana. Esa montaña que cuando llueve, cala en los huesos y te atrapa con sus goticas de espesa neblina.
No recuerdo con cuantos años contaba cuando mis recorridos en esas veredas empezaron. Pero si se que fue cuando niño. Aun no tenia una cámara fotográfica y esas imágenes aun se guardan en mi archivo cerebral y las observo cada 11 de julio y cada que recuerdo los pasos de Don Abu en esos bosques Veracruzanos y caminando yo a su lado.
Era caminar a Pancho Poza, era caminar por horas hacía Tecopaguas, era caminar a Atazálan, era caminar a Progreso y a Filipinas, al Arco y a Cerro Colorado. Era caminar al panteón de Altotonga para limpiar y llevar flores a mi abuela que ahí sepultaron. Era caminar al rancho por café en el mes de diciembre, por el maíz en junio o para treparme a los árboles de pimienta en el caluroso agosto aunque lloviera.
Pero la caminata que más recuerdo fue la que un día empezo a las siete de la mañana. Mi abuelo siempre fue un extraordinario madrugador y ese día en la casa del pueblo se levanto tempranito tempranito, para preparar el desayuno y echar la comida pa la caminada. El plan era ir de Altotonga a Progreso. A su lugar de nacimiento, a su infancia, a sus hermanos, a sus papas y la revolución mexicana, pero esa revolución es pa otra historia.
Nos llevo esa caminata más de cinco horas de ida y otras más de regreso, de paso a paso y de corro y salto, de una piedra para el monte y otra piedra para la cañada, una hoja al riachuelo y un grito a la loma. Manos llenas de barro que escarban en el camino a cada paso. Y mis tenis de siempre, esos que él me compro en el pueblo, de color Café y después llenos de barro con el color café del camino, con los 80 años de mi abuelo de recorrer esas subidas y bajadas, de sus pasos, de sus veredas. Y ese piso recordaba de nuevo el pasar de Don Abu por esas humedos caminos.
Gente nueva que saludaba a nuestro encuentro, tomar esa agua que ofrecían, comer duraznos y naranjas, peras y tejocotes. En fin, nunca falto la comida del campo. Los tacos de huevo con salsa eran sublimes y acompañados por un buen café con leche que transportábamos en botellas de refresco y tapaba él con un holote y lo conservaba caliente. Gente al encuentro y aves extrañas que jamás he vuelto a ver. Enormes tarántulas y arañas saltarinas, chicharras, mosquitos, mariposas, hormigas rojas y negras, perros valientes que me correteaban, gatos en lo alto de un tejado o techo de cartón, enormes árboles de los que se acordaba mi abuelo por nombre y apellido. Y casi ya para llegar parar y orinar, una parada para descansar sobre una piedra en la que él sentó cuando era niño, parar para mirar el viejo camposanto, donde no recuerda donde quedo mi bisabuelo, parar para ver a lo lejos un verde distinto a los demás. "Detrás de ese enorme árbol, estaba Mi Casa" me dijo, y sus pequeños ojos cafés se entrecerraron en ese paisaje que guarda mi memoria. Voltee la cabeza hacia ese lugar y ahora aparece claro y enorme en mi cerebro, como lo vi aquella vez. El camino le recordó varios anécdotas que me contó pero que yo no recuerdo los detalles. Eso si, eran sobre mis bisabuelos, sobre mis tíos-abuelos, sobre sus correrías, sobre los zapatistas y sobre los carranzistas que se robaban a las muchachas, sobre las balas de los zapatistas cuando encontraban a los carranzistas y luego los casquillos que ellos juntaban y enterraban para que ni unos ni otros los acusaran de tener armas. Él en esos tiempos tendría entre 6 y 10 años. Él, Don Abu, nació en 1905 y cuando yo tenía 10 años me rescato de esta ciudad y me enseño el campo, la montaña, el bosque y la naturaleza eran su vida y me la heredo.
Por eso ahora cuando camino o recorro cualquier bosque o montaña, pradera o campo de maíz o cerro o árbol, lo disfruto. Saludando al perro valiente que sale a mi encuentro, a la tarántula, a la saltarina araña, al árbol o al fruto que me ofrece ese camino, a la vaca serena y al toro desconfiado, al campesino amable y pobre y al eco que repite conmigo el nombre de mi Abuelo, Dooooooon AAAAAAAAbuuuuuuuuuuuu.
Pero hubo un recorrido que no disfrute y me apena. Ese recorrido fue en la montaña de Michoacán, donde la marina entra y destruye plantíos de marihuana o amapola, donde decomisa colas de borrego, cruza poblados sin pedir permiso. Donde las miradas campesinas me recordaran con rencor y que no fotografíe para salvar el poco respeto que no les pisotean.
Es fácil culpar al que siembra, pero es complicado señalar al que empobrece, es fácil destruir la siembra, pero es complicado cobrar lo justo por el maíz, por el café, por lo históricamente cosechado honestamente. Es difícil ser campesino en la sierra, en la montaña, pero es fácil hacer congresos de lideres campesinos en hoteles de lujo , en congresos con diputados y senadores y edecanes que sirven el café y el desayuno en entalladas telas. Es difícil caminar horas y horas en esos caminos que me enseño Don Abu para llevar la comida y los zapatos a los niños, para que asistan a la escuela de tablas y goteras, pero es fácil recorrer esos caminos en camones militares, enfundados con chalecos antibalas, pasamontañas y pesadas armas ak47 y m16, de "uso exclusivo del ejercito".
Apenado estoy por recorrer esos terrenos de a pie, en esas condiciones de la marina. Ojalá nunca se repita, ojalá.
A mi Abuelo y a los campesinos con respeto. J
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La justicia consiste en tener respeto por el derecho de la gente a vivir como quiera.
Naguib Mahfuz